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martes, 6 de diciembre de 2011

Recuerdos de la Vocacional


Recuerdo como si fuera hoy el primer día que puse los pies en el Instituto Pre-Vocacional de Ciencias Exactas Antonio Maceo (IPVCE); fue en agosto de 1999. llegué con la ingenuidad de una quinceañera. Conmigo llevaba los miedos de enfrentarme a una nueva vida: la beca.
Hasta ese momento mi madre me lo hacía todo, me lavaba hasta las prendas interiores. Es más, mi mami me daba la comida.
Sin embargo, ya todo sería diferente, dejaría de ser aquella niña melindrosa a la que solo le gustaba comer potaje de chícharo, plátano hervido, huevo y pescado.
El primer día que llegué al IPVCE recuerdo que parte del almuerzo era arroz y chícharo. Siempre me los había comido separados. Por vez primera los mezclé y le sumé la proteína. Ya estaba enfrentando los cambios.
Ese primer día pasó rápido, entre la matrícula y la entrega de mi ubicación no me daba cuenta que las horas corrían. Estaba en el grupo 221, el dormitorio 2H-10, cama 8.
Ariagna Felipe, mi amiguita de la secundaria y yo anduvimos juntas todo el día y coincidimos en el mismo grupo y dormitorio.
En la tarde una muchacha se para en la puerta del dormitorio y dice que todas las del grupo 221 tenían guardia esa noche.
Me tocó de 2 a 4 de la madrugada con Yanela Infante, una estudiante cuyo rostro veía por primera vez, pero se convirtió en una gran amiga.
Al día siguiente tuvimos que hacer autoservicio. Limpiar aquellos largos pasillos, darles brillo, sanear las áreas verdes y además, servirles a los alumnos de los 21 grupos restantes. Fue así como comencé a conocer los rostros de las niñas de mi aula. Todas éramos hembras, nos llamaban el grupo de las monjas.
Ya me sentía adaptada, estaba en mi ambiente. Los fines de semana salía de franco, pero los domingos regresaba sin protestar.
En cada jornada enfrentaba los 10 turnos de clases que nos daban. Salíamos rápido a bañarnos, luego la comida, después ver el noticiero, seguidamente el autoestudio hasta las 10pm y al final para el dormitorio a conquistar a Morfeo para dormir a piernas sueltas hasta la mañana siguiente cuando a las 6am sonara el timbre del de pie. Ahí se repetía la historia.
Pero siempre había novedades. A veces Ariagna y yo nos fajábamos. En ocasiones había pruebas y sentíamos la tensión del estudio. También teníamos que hacer algunos trabajos independientes.
Todos pertenecíamos a la Federación de Estudiantes de la Enseñanza Media (FEEM) y cada 6 de diciembre, fecha en la que se celebra su fundación realizábamos múltiples actividades y la mejor parte era cuando nos ponían música en la plaza y a bailar.
Así pasaron tres años, los que más extraño en mi vida. Muchas historias podría contar. Tal vez luego los haga partícipes de otras. Hoy solo quiero recordar mediante estas letras cuánto extraño la Vocacional.


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