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miércoles, 23 de noviembre de 2011

Martí en Abel y el buen hermano Abel, siempre en nosotros.

“Abel, por desgracia, murió en su primer hecho, por lo tanto muy rápido.” Así dijo Haydée Santamaría Cuadrado en 1967 cuando en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de la Habana le preguntaran por el pensamiento político de Abel y sus proyecciones.
A continuación agregó que “…era un muchacho muy estudioso (…) encontraba siempre respuesta en Martí”.
“Entonces en Martí estudiaba, leía a Martí y mediante Martí fue buscando otras cosas que ya no trataban solamente de su patria o de América Latina.”
Celia María Hart Santamaría (fallecida en un accidente automovilístico), hija de Haydée Santamaría y Armando Hart; aunque no conoció a su tío Abel, habló en una entrevista a Sierra Maestra en el 2007 sobre las relaciones de este con su madre:
“Mi madre y mi abuela se querían mucho, pero tenían unas relaciones muy tensas porque mi abuela decía que mi madre sólo quería a Abel y Abel sólo quería a mi madre.”
“Cuando Abel se marcha para la Habana, mi madre sale tras él, era al único hermano que le hacía caso y fue el que la enseñó a ser absolutamente martiana.”
“Las fantasías de mi madre era que tenía un abuelo mulato mambí. ¿Qué abuelo mulato va a tener si era descendiente de españoles? Era muy apasionada y Abel siempre fue más contenido, ya en La Habana él tenía una formación marxista. Aún así, realmente la unión entre esos dos hermanos fue muy buena; se fusionaron el talento y la pasión y creo que es lo que le dio a los Santamaría esa luz, que yo digo que son los primeros en descubrir que Fidel Castro es Fidel Castro.”
Los dos jefes de los preparativos para los asaltos de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, se unieron en pensamiento y acción en aquel julio de 1953, porque como dijera el propio Abel: “Todos los cubanos se lo merecen todo, y no importa que nosotros arriesguemos algo para que esos cubanos se den cuenta de que se merecen que por ellos hagamos un hecho y quedemos ahí.”
Y Abel quedó ahí, torturado por los esbirros de la tiranía. A él no le importó verse sin ojos y sin uñas, prefirió la muerte, antes que traicionar a sus compañeros. Por eso a Abel se le recuerda hoy y siempre.
No vio por lo que luchó, pero seguro imaginó lo que íbamos a ver otros: una Cuba fiel a pensamientos y acciones de bien.

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