Villa Clara tuvo la dicha de ser la tierra de una de las figuras más importantes para los preparativos de los asaltos de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Fue un 20 de octubre de 1927, en una casa de madera situada en 2da Norte, en el central azucarero Constancia, Encrucijada, donde nació Abel Benigno Santamaría Cuadrado.
El supuesto productor avícola viaja a Santiago de Cuba en los primeros días de julio de 1953 y se presenta ante el campesino Ángel Nuñez Jurjo a quien solicita las llaves de Villa Blanca, hoy Granjita Siboney. Abel sería el administrador del aparente negocio de crianza de pollos que se establecería en dicha casa de descanso, entonces propiedad de José Vázquez Rojas.
Abel estuvo en Las Villas para el día de los padres, fue la última vez que compartió con su familia, menos con su hermana Haydée, quien lo apoyó en todas las actividades para garantizar las acciones del 26 de Julio.
Según investigaciones realizadas, todo indica que las puertas de Santiago de Cuba son abiertas al joven villaclareño entre los días 6 y 9 de julio.
Consta así, pues el día 6 se presentó ante José Vázquez Rojas para que le hiciera entrega de la casa con el fin de irla limpiando y preparando para el negocio. Mientras en el Registro de Alojamiento del Hotel Rex aparece asentado el día 9, con el apelativo B. Santamaría, es que en la oriental ciudad firmaba como Benigno.
Durante su estancia en la Granjita Siboney, Abel Santamaría hizo buenas relaciones con los vecinos de la localidad. Era uno más entre ellos y nadie sospechó de él en ningún momento, ni siquiera los oficiales de un cuartelito que había al lado de la tienda del “Chino”, lugar que frecuentaba la mayoría de las tardes. Así lo afirman personas que lo conocieron como Tomasa Ofelia Rivera Garzón (ya fallecida) quien en octubre de 2007 dio entrevista a esta redactora.
“Conocí a Abel en la tienda de los chinos de ‘La Anacagüita’, yo estaba casada con el Chino. Era blanco- trigueño, se pelaba bajito, siempre andaba con pitusa y camisa a cuadros.”
“Él iba a la tienda todos los días sobre las cuatro de la tarde, se tomaba una Coca-cola y se comía dos galleticas con queso o con conserva. Nosotros nos poníamos a jugar dominó y Abel se quedaba mirándonos y nos pagaba a todos de lo que él comía; le decía a los chinos que nos sirvieran a nosotros también.”
“Sabía que estaba viviendo en la Granjita, pero no sabía en qué estaba. Era agradable, de lo más tratable, una persona muy cariñosa, así, que compartía con uno como si lo conociera de mucho tiempo.”
Aunque fue muy corta la estancia de este joven revolucionario en la casa que supuestamente se preparaba para criar pollos, en los alrededores lo recuerdan como una persona humana y solidaria. Sus gestos de buena fe y bondad quedaron en el entonces adolescente Rafael Salmon Salmon.
“Conocí a Abel y a los demás asaltantes al Moncada porque mi papá trabajó con ellos como mozo de limpieza y todos los días yo iba a llevarle el almuerzo.”
“No hablé mucho con él, pero sé que era un hombre muy humanitario. Mi hermana más chiquita se enfermó, mi papá la dejó con fiebre y se fue a trabajar así mismo. Cuando yo llegué por el mediodía a llevarle el almuerzo, Abel vino para donde estábamos y preguntó qué cómo seguía la muchachita, le respondimos que estaba bastante mejor y le dijo a mi papá:
- Mi dinero, mi persona y mi carro están a su disposición; un hijo hay que cuidarlo porque un hijo vale mucho.”
Rafael recuerda también la primera vez que fue a los carnavales, gracias a que en el último pago que Abel le hizo a su padre le pagó la semana doble.
Gudelia Llamazares Caso también conoció a Abel Santamaría. “Él era una persona atenta, sencilla, no era de estas que tú ves orgullosa ni nada de eso.”
Gudelia recuerda el 24 de julio, día en que junto a su padrino Nuñez (vecino de frente a la Granjita con quien Abel había hecho muy buenas relaciones), su tía Josefa (esposa de Nuñez) y su prima Mercedes van al Morro de Santiago de Cuba con Abel Santamaría para comprar unas pastillas para los terneros.
“Bajando la loma de Sevilla, Abel le preguntó a Josefa:
- ¿Usted nunca ha ido al Morro?
- No.
- ¿Y al Puerto de Boniato?
- Tampoco.
- Bueno, mire, hoy vamos a ir al Morro y otro día las voy a llevar al Puerto de Boniato.
Llegamos a la farmacia de Ferreiro, compraron la medicina y seguimos para el Morro. Allí una mirando y entonces Nuñez y Abel se apartaron para un lado, mirando para aquí, para allá, conversando. Estuvimos un rato ahí. No sé si tendría que ver algo allí, eso no se sabe porque no dijo nada, a lo mejor tenía algún trabajo que hacer, pero eso no lo sabe nadie. Sólo hablaba de la crianza de pollos y de que tal vez algún día los exportaría.
Luego Abel nos dijo:
- Vamos a tomarnos un refresco o algo así en San Pedro del Mar.
Cuando llegamos el tío mío pagó rápido porque si no dice que Abel no le dejaba pagar nunca nada. Estuvimos un rato, conversando ellos.
De regreso pasamos por el Centro Gallego para ver a un amigo de nosotros que estaba muy enfermo.
A nosotras nos dejaron en la casa y ellos siguieron. Esa fue la última vez que yo vi a Abel. El día 25 no se vio. Se volvió a saber de él el 26 de Julio por la mañana cuando la gente decía que habían asaltado el Moncada, que si habían matado a Abel, todo el mundo preocupado porque es verdad que se ganó el cariño; lo mismo de los trabajadores que de los vecinos. Lamentablemente la noticia fue verdad.”
Abel Santamaría, segundo jefe de la acción del Moncada, había salido en la madrugada del 26 de Julio hacia el Hospital Civil Saturnino Lora con el fin de apoyar el ataque a la fortaleza principal. Combatió hasta el final, haciendo realidad sus propias palabras “… mientras más tiempo estemos combatiendo aquí, más podremos salvar a otros y porque siempre un combatiente tiene que morir sin una bala en el rifle si una bala no lo ha tumbado antes”.
Este joven villaclareño fue capturado por los esbirros de la tiranía y trasladado hasta el Moncada donde fue torturado de la manera más cruel y vil en que se puede tratar a una persona. A pesar de las circunstancias, no claudicó ni se doblegó ante las amenazas; prefirió la muerte antes que defraudar a sus compañeros de lucha. Su fervor revolucionario era tan grande como sus principios. El silencio lo acompañó hasta su tumba.
Su hermana Haydée dijo de él:
“Abel era de unas condiciones de verdad excepcionales, de una bondad extraordinaria y de una rectitud tremenda, de una sensibilidad infinita; de hacer en cada momento lo que se debía hacer. Y consideraba que en ese momento había que hacer eso.”
Hoy, sus restos descansan en el Retablo de los Mártires del Moncada en el cementerio Santa Ifigenia de Santiago de Cuba. Hoy se recuerda a Abel, o a Benigno cual hombre que forma parte de la historia.
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