Desde muy pequeñita mami y papi me llevaron a vivir a casa de mi abuela materna porque nunca me adapté al Círculo Infantil. Comencé a vivir con ella y su esposo a quienes llamé mima y pipo, respectivamente.
Él no era mi abuelo biológico, sino el padrastro de mi mamá porque a su verdadero padre le hicieron un atentado luego del triunfo revolucionario como una represalia por haber combatido al gobierno de Fulgencio Batista. O sea, pipo fue mi abuelo y lo que es más: él fue quien me crió.
Apenas tenía un sexto grado, sin embargo, me enseñó los colores, las vocales, a contar y a ser una persona de bien.
Me tenía malcriada. Complacía todos mis caprichos. Con él aprendí los ciclos de la luna y también a jugar dominó, cuando ni siquiera iba a la escuela.
Actualmente silbo como un pajarito, todos me identifican cuando me escuchan. Y eso también me lo enseñó pipo. Es que yo era su niña.
Aunque tenía seis nietos biológicos nunca sentí que yo era postiza, sino por el contrario, me parecía ser la preferida, por lo menos la que más maldades le hacía.
Cogí una racha en que me le subía a las piernas, le daba cariño, me orinaba y me mandaba a correr. Una noche recolecté un grupo de gorgojitos y se los eché en la cabeza; le acompañé una frase: ¡Pipo, te cayó piojo! No me hizo nada. Todo me lo perdonaba.
Él me decía Chinchili y mima me decía Yiyi. Vivíamos en una casa de madera en el campo donde los vecinos más cercanos estaban aproximadamente a un kilómetro.
Cuando cumplí los cinco años tuve que regresar a la ciudad con mis padres y mi hermano. Ya era tiempo de comenzar la escuela. Pensaban que no me adaptaría, pero esta vez sí me acostumbré y me gustaba. Pero eso sí, los fines de semana había que llevarme a ver a mima ya pipo. Con ellos pasaba todas las vacaciones y también las tres semanas de receso de cada curso.
Pipo me seguía llevando al río, me montaba a caballo. Él continuaba malcriándome. Cuando yo estaba al cumplir los 9 años nació mi primita Naila que sí era su nieta, pero nunca me aisló, no tenía diferencias entre una y otra.
Yo fui creciendo, pero no dejaba de ser su Chinchili. Cuando yo tenía 14 años le diagnosticaron un cáncer de pulmón. Comenzaron sus ingresos y cada tarde iba a verlo en el horario de visita. Le di todo mi cariño y amor. Estuve con él siempre.
Un año después hizo una gravedad. Ya no tenía solución. Fui de las pocas personas a las que reconoció aun agonizando. El último día que lo vi, a la hora de despedirme lo abracé muy fuerte, lo besé mucho y le dije que eso era por si no volvíamos a vernos, pero que yo lo quería mucho.
Dos noches después soñé que había fallecido y no me equivoqué. Al mediodía me fueron a buscar a la Vocacional con la mala noticia, pero yo la esperaba.
Ya no está físicamente, pero lo sigo recordando como si estuviera vivo. Para mí es un ídolo. Yo sigo siendo su Chinchili; él sigue siendo mi pipo.