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lunes, 31 de octubre de 2011

Una guajirada

Ñica vive en la colina de una montaña, allá en el corazón de la Sierra Maestra.
La gallega, como todos la conocen, vio con el triunfo de la Revolución la llegada de maestros para sus hijos y la asistencia médica gratuita. Sus dos últimos partos, por ejemplo, no fueron con una comadrona, sino en el hospital del municipio de Guamá.
Ñica ama su casita de madera y guano, vive feliz en el campo, respirando aire puro, criando sus gallinas y compartiendo la alegría de ver crecer sus plantas.
Ella usaba carbón y leña para cocinar porque ya era un hábito, según cuenta, la comida le sabía diferente; tal parece que eso formara parte de su sazón.
Pero un día, alguien tocó a la puerta de Ñica; eran dos trabajadores sociales. Le pidieron su carné de identidad y la tarjeta de productos alimenticios para entregarle una hornilla eléctrica y una olla multipropósito, como parte de la Revolución Energética que se desarrollaba en Cuba.
Aquello le parecía un juguete, era como una bendición que le había llegado al hogar; diría adiós al tizne, aunque extrañara el sabor característico que dejaba el carbón a su comida.
Todos los días al llegar la aurora ya tenía montado un sabroso potaje y vianda, característico en la comida de campo.
Un día falló la corriente, ya eran las diez de la mañana y todavía Ñica no tenía adelantado nada del almuerzo; sabía que Wancho estaba al llegar del campo y tenía que servir la mesa. ¿Saben entonces qué hizo? Cogió la cazuela de la multipropósito y la iba a poner en el fogón de carbón. Gracias que en ese momento llegó la vecina y con ella la corriente.

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