Hoy es un día normal, de esos en que te levantas cuando ni siquiera ha sonado el despertador. Abrí los ojos, salí de la cama y me dispuse al aseo general.
La cafetera estaba en la cocina esperando a que la preparara y degustar del sabroso buchito de café matutino, única bebida que me tiene enviciada.
Sabía que debía abrigarme porque iría a trabajar a un local refrigerado. Tenía buenos presentimientos, no sé, puede que haya sido muy alta la autoestima.
Salí de la casa, no esperé el ascensor, sino bajé las escaleras. Llegué a la planta baja, los rayitos de sol me dieron la bienvenida. Por la calle Trocha subían y bajaban carros de todo tipo, mientras que muchas personas marchaban a su trabajo igual que yo.
Subí la loma, me sentía ágil, práctica. Llegué a donde iba a trabajar. La sonrisa de la recepcionista me recibió y un beso amigo me esperaba en el butacón del fondo; ahí fue cuando más contenta me puse.
Es un gran y buen amigo, de esos que no se encuentran al doblar de la esquina; de esos capaces de escuchar tus problemas y cooperar en su solución. Conversamos mucho de cuestiones medulares de nuestros trabajos que en momentos, tienen puntos coincidentes. Me aclaró muchas dudas y hoy tengo mejor preparación para escribir algunos materiales.
Gracias a las bondades de la amistad el ritmo de la vida se convierte en una alegría para vivir.
Hoy es un día normal, pero las palabras sabias de un amigo lo hicieron diferente. Desde que me levanté sabía que sería así.
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