Cierro
los ojos y recuerdo mi infancia. Y me veo allá en el campo donde me crié, entre
árboles y frutas; entre cantos de pájaros y ladridos de perros.
Cierro
los ojos y me regreso a la ingenuidad de la niñez. Vuelvo a aprender los
colores, y a contar, y a observar lo bello del mundo, porque amigos míos, les
confieso que a cantar nunca aprendí.
Cierro
los ojos y vuelvo a disfrutar de esa alegría intrínseca en cada niño cubano, de
esa magia inexplicable para una feliz infancia.
Y
entonces pienso en aquellos que se saltaron la niñez, y en esos que han tenido
que ser adultos sin ser ni siquiera adolescentes, pues trabajar para ganarse
unos centavos se les ha impuesto como prioridad.
Y
un día quisiera cerrar los ojos y que al abrirlos todos los niños y niñas del
mundo tengan los mismos privilegios, disfruten de iguales beneficios y los
amparen los mismos derechos.
¿Saben?
Tengo lindos recuerdos de la infancia. Puedo hasta sentir los olores del pasado
y aquellas cosquillas en el estómago cuando los sábados y domingos jugábamos al
correbases en la explanada que quedaba del otro lado del edificio. A veces era
mediodía y tanto hembras como varones habíamos olvidado almorzar. Entonces
desde los apartamentos se escuchaba a los padres llamar uno a uno: Yiliana,
Yetsy, Mailín, Yadira, Leticia, Eduardo, Yuri, Lenia, Kirenia…
Otro
disfrute era jugar a las cuatro esquinas dentro de las escaleras, solo que a
veces los vecinos de los primeros pisos nos sacaban y nos mandaban para el
parqueo porque entre las risotadas y la algarabía no dejábamos ver la
televisión.
¡Ay
cuántos recuerdos! Es que soy de la generación que no tenía tablets, ni laptops,
ni xbox, ni playstation… sino de esos que disfrutaban correteando, jugando a la
tacha, al pañuelo, a los trompos, las bolas, el tenedor, el platillo volador, a
los escondidos, al chiqui-tra y a cuanto santo invento aparecía.
Pero
bueno, hoy es otra la generación, la de la era tecnológica o los conocidos como
nativos digitales, sin embargo, lo más importante es que en Cuba, los niños
conservan su sonrisa, su alegría, saben del valor de la amistad y no necesitan
protocolos para conocerse, sino que se presentan solos. Y muchas de estas
amistades duran para toda la vida.
Este
país tiene muchas razones para celebrar el 1ro de junio el Día Internacional de
la Infancia.
Cierro
los ojos, los aprieto fuerte y vislumbro alegres a los infantes de todo el
mundo; ojalá un día se haga la luz y así sea, no solo en Cuba.
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