Ni
siquiera sé si tuviste tiempo para jugar a la casita, pues te creciste desde
muy niña, cual la vida impuso.
La
madurez despertó muy temprano en ti. Fuiste prima grande y hermana mayor.
Vivías lejos de la escuela y esa misma distancia implicaba un reto superior.
El
tirano agresor te imposibilitó conocer a tu padre. Él, rebelde y revolucionario, fue asesinado
en el alba de la Revolución Cubana. Tan solo tenías ocho meses. Te faltó ese
cariño singular que los padres suelen tener para sus hembras, se te privó de su
abrazo, de su ternura, de sus consejos y de su historia.
Tu mami, junto a sus hermanas trataron de aliviar esa pena de la que tal vez nunca hablaste, pero estoy segura que siempre has llevado dentro, ¡y lacera!
Fuiste
adulta prematuramente. Diste a luz a tu primer hijo en el ocaso de tu
adolescencia, pero creo que naciste con vocación de madre. Desde entonces has
sido insuperable.
Supiste
combinar a la madre, a la trabajadora y a la esposa en un denominador común:
tú.
Cuando
nació tu primogénito ya sentías ese amor profundo que luego de 42 años aún es
el mismo. Todavía te parece un niño pequeño, pero es tu naturaleza de madre
protectora que ni siquiera critico.
Ocho
años después la vida te premió nuevamente con quien hoy quiere homenajearte.
Desde
que eres madre has cuidado a tus hijos con esmero. Velas sus sueños, los
proteges de los riesgos, le avizoras los peligros, eres incondicional.
Hace
11 años la vida te ha obligado a nuevos retos, y es el de ser abuela. Sobra
decir que tus nietos te llevan del corazón, te dan fuerzas para seguir y hasta alivian
dolores, propios de los achaques de la edad.
Admiro
tu sacrificio y la sencillez de la crianza con que has hecho hombre y mujer a
tus bisoños. Reconozco tus consejos siempre oportunos. Elogio tu humildad y tu
sencillez. Me vanaglorio de saberte madre especial y agradezco, sobre todo, que
seas el lucero de mi vida.
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