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jueves, 1 de marzo de 2018

Javier y Estalin son los carteros de mi inspiración



Se les escucha hablar muy temprano. Aún cuando no he puesto a colar el café matutino, ya parten desde el barrio hacia su trabajo.
Hacen el trayecto en bicicleta, son unos cinco o seis kilómetros. Luego recogen la prensa, correspondencias, giros, pagos a pensionados y otros servicios que prestan a sus clientes y comienzan  distribuirlos.
Ellos ni siquiera saben que les estoy dedicando unas líneas. Ellos son carteros: mis vecinos Javier y Estalin. El primero con mucho más tiempo de experiencia; el otro más inexperto.
Como estos dos jóvenes, otras 236 personas realizan esta labor en la provincia de Santiago de Cuba.

Algunos en la ciudad, pero otros en el campo. A veces suben y bajan montañas y tienen que caminar varios kilómetros, pues una vivienda y otra están distantes, pero tan distantes que un grito se pierde en su propio eco y nadie lo escucha.
Los carteros han de ser personas confiables, pues la información que trasladan, en muchas ocasiones, es muy importante. 

En los barrios se les conoce al sonido del silbato. Y los que reparten la prensa en repartos de altos edificios tienen brazos con muy buen alcance que supera los 10 metros.
Antes muchos eran testigos del brillo que salía de los ojos de las esposas, madres u otros familiares de los internacionalistas que desde Angola enviaban sus misivas.
Algunos han tenido la oportunidad de escuchar el grito de felicidad de la novia que recibió en una carta la propuesta de matrimonio y también han sufrido por el llanto de alguien tras el telegrama con alguna triste noticia.
Tal vez antes eran más las cartas; ahora son las tarjeticas nautas, pero lo cierto es que en un tiempo y otro han estado los carteros, siempre cercanos a la gente de sus zonas de porteo.
Despiertan temprano, y aún cuando muchos, como yo, ni siquiera han puesto a colar el café, ya ellos están sirviendo a sus clientes.


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