Creo que no tengo un claro recuerdo del primer
día que fui a la escuela; era septiembre de 1989, tan solo tenía 5 años.
Fue en la escuela Arquímedes Colinas de
Santiago de Cuba donde hice preescolar. Allí aprendí a agrupar por tamaños y
colores, a contar…, pero nunca aprendí a cantar, tampoco a bailar.
Recuerdo que formaba parte de la banda, ¿cuántas
veces me habré perdido el día de la presentación? Sin embargo, aquella maestra,
Nidia, nuca me maltrató. De ella recibí cariño y sabiduría.
El primer grado lo curso en el Seminternado
Raúl Gómez García. Y recuerdo como si fuera hoy a todos mis maestros, a las
auxiliares, al personal de servicio. Siento el olor de las aulas. Me veo
subiendo y bajando las escaleras. Aún repaso el nombre de mis compañeritos de
aula: Naylieng, Iliosnivis, Sergio, Yanely, Ailex, Rolier, Yadira, Yunior,
Raciel, Edgar, Saimara, Haydée, Zurima, Thaylén y Enyor por solo mencionar
algunos.
Niños al fin éramos traviesos, inquietos,
desordenados en ocasiones, pero recibíamos amor, ternura, entrega. Tan es así,
que mis seños no han dejado de ser mi paradigma. Mis profesores fueron mi
espejo; gracias a ellos.
La seño Teresa, de primer grado, era de las
que menos malacrianzas soportaba, pero con ella todos aprendimos a leer y a
escribir.
Arcira, la de segundo grado, era
intransigente, pero dulce y tierna y aunque su hijo estaba en el aula, nunca
marcó las diferencias; él, ante todo, era su alumno.
Y Miladys Perdomo, la seño de cuarto, con
cuanto cariño la recuerdo junto a Alina Colás, la auxiliar pedagógica. Ellas
eran todo un primor.
Ya en quinto grado, además de la estelar
seño China, tuvimos a Maideline y a Reyna Bell, la profe de Matemáticas. Ellas
nos acompañaron hasta finalizar la primaria.
Mami y papi sabían que cuando se iban para
el trabajo yo quedaba en buenas manos.
En la secundaria tengo gratos recuerdos de
Grisel Arias, Mercedes Cutiño, de Esperanza, Maritza y del profesor Revilla.
Este último nos llevaba de la bondad al crimen, pero no hay quien me diga que
no aprendió con él.
Gracias a él tuve mejor cultura general y
fui a las pruebas de ingreso de Español Literatura sin haber estudiado mucho.
Gracias a su sapiencia. Y como gran casualidad de la vida mi pequeño Tomás
también lleva de nombre Eduardo igual que él.
En fin, gracias a todos los que nos han
educado; gracias a esos seres que se desprenden de sus problemas en el hogar,
que dejan a un lado las preocupaciones y llegan hasta el aula para enseñar todo
cuanto saben y guiar todo cuanto pueden.