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lunes, 22 de diciembre de 2014

Añoranzas por los profe

Creo que no tengo un claro recuerdo del primer día que fui a la escuela; era septiembre de 1989, tan solo tenía 5 años.
Fue en la escuela Arquímedes Colinas de Santiago de Cuba donde hice preescolar. Allí aprendí a agrupar por tamaños y colores, a contar…, pero nunca aprendí a cantar, tampoco a bailar.
Recuerdo que formaba parte de la banda, ¿cuántas veces me habré perdido el día de la presentación? Sin embargo, aquella maestra, Nidia, nuca me maltrató. De ella recibí cariño y sabiduría.
El primer grado lo curso en el Seminternado Raúl Gómez García. Y recuerdo como si fuera hoy a todos mis maestros, a las auxiliares, al personal de servicio. Siento el olor de las aulas. Me veo subiendo y bajando las escaleras. Aún repaso el nombre de mis compañeritos de aula: Naylieng, Iliosnivis, Sergio, Yanely, Ailex, Rolier, Yadira, Yunior, Raciel, Edgar, Saimara, Haydée, Zurima, Thaylén y Enyor por solo mencionar algunos.
Niños al fin éramos traviesos, inquietos, desordenados en ocasiones, pero recibíamos amor, ternura, entrega. Tan es así, que mis seños no han dejado de ser mi paradigma. Mis profesores fueron mi espejo; gracias a ellos.
La seño Teresa, de primer grado, era de las que menos malacrianzas soportaba, pero con ella todos aprendimos a leer y a escribir.
Arcira, la de segundo grado, era intransigente, pero dulce y tierna y aunque su hijo estaba en el aula, nunca marcó las diferencias; él, ante todo, era su alumno.
Y Miladys Perdomo, la seño de cuarto, con cuanto cariño la recuerdo junto a Alina Colás, la auxiliar pedagógica. Ellas eran todo un primor.
Ya en quinto grado, además de la estelar seño China, tuvimos a Maideline y a Reyna Bell, la profe de Matemáticas. Ellas nos acompañaron hasta finalizar la primaria.
Mami y papi sabían que cuando se iban para el trabajo yo quedaba en buenas manos.
En la secundaria tengo gratos recuerdos de Grisel Arias, Mercedes Cutiño, de Esperanza, Maritza y del profesor Revilla. Este último nos llevaba de la bondad al crimen, pero no hay quien me diga que no aprendió con él.
Gracias a él tuve mejor cultura general y fui a las pruebas de ingreso de Español Literatura sin haber estudiado mucho. Gracias a su sapiencia. Y como gran casualidad de la vida mi pequeño Tomás también lleva de nombre Eduardo igual que él.
En fin, gracias a todos los que nos han educado; gracias a esos seres que se desprenden de sus problemas en el hogar, que dejan a un lado las preocupaciones y llegan hasta el aula para enseñar todo cuanto saben y guiar todo cuanto pueden.