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jueves, 16 de febrero de 2012

La calidez de una carta de amor


Las nuevas tecnologías para la comunicación como el Internet, los correos electrónicos y los fax, han dejado a un lado al género epistolar, tan usado en épocas en las que el amor se trasladaba por cartas.
Los enamorados usaban las correspondencias para transmitir sus sentimientos y expresar lo que la distancia o la timidez impedían. De un lado a otro los mensajes de amor viajaban sellados en sobres.
El gran psicólogo Sigmund Freud en carta fechada en 1893, a su novia Martha Bernays escribe:
“Martha, no apetezco sino lo que tú ambicionas para ambos porque me doy cuenta de la insignificancia de otros deseos comparados con el hecho de que seas mía. Estoy adormilado y muy triste al pensar que tengo que conformarme con escribirte en vez de besar tus dulces labios.”
Por otra parte Albert Einstein escribe a Mileva Maric:
“(...) En todo el mundo podría encontrar otra mejor que tú, ahora es cuando lo veo claro, cuando conozco a otra gente. Pero también te aprecio y amo como te mereces. Hasta mi trabajo me parece inútil e innecesario si no pienso que también tú te alegras de lo que soy y de lo que hago.”
Así, como Freud y Einstein otros muchos han escrito cartas de amor, fuera de patrones sociales o de personalidades de la historia. Sencillamente como parte de la carrera de humanos que estudiamos en la tierra.
Yo también he escrito cartas de amor.
Cuando estaba en la Universidad me comunicaba con alguien que estaba distante y cada día le hacía una. Como siempre digo: eran las páginas sueltas de un diario inexistente. Él dice que las conserva, cual reliquia y único recuerdo que le queda. No sé si será verdad, pero sí sé que dediqué varios turnos de clases a enfrascarme en aquellos textos en vez de atender a los profe.
La mayor recompensa era cuando el cartero me traía de regreso alguna carta como respuesta a mi diario escribir. Parafraseando a un amigo, sentía mariposas en el estómago y el corazón me latía muy aprisa.
Aunque ya no hago una carta diaria, sigo pensando en la calidez de la correspondencia y en la emoción que se siente cuando el cartero te avisa de que has recibido alguna.